Serie Coronavirus #9
El coronavirus puso en la agenda internacional la urgencia de suspender los pagos de la deuda externa de los países del Sur, para atender la crisis sanitaria y alimentaria. A pesar de ello y de las demandas de organizaciones e instituciones del Ecuador para que el Gobierno suspenda el pago de los Bonos Global 2020, en este mes de marzo, en plena crisis del virus, lo pagó aduciendo la necesidad de hacerlo para poder acceder a nuevos créditos. El Ecuador destina actualmente más de 7.000 millones de dólares anuales para pago de deudas. Suspender este pago implicaría contar con recursos propios para atender a la crisis y no recurrir a nuevo endeudamiento.
Uno de los aportes desde el ecologismo fue establecer una relación directa de la deuda externa con la devastación ambiental, a eso llamamos deuda ecológica. La ecuación es sencilla, a más deuda más devastación.
En la base de la pandemia están los impactos sociales, económicos y ambientales porque se alteraron las relaciones dentro del mundo natural. Y el sistema de endeudamiento fue una de las causas que provocó este desbalance.
Por un lado están los condicionamientos y ajustes sociales y ambientales que se han aplicado a través de los acuerdos con el FMI y el BM, para garantizar el pago de la deuda externa, lo que ha significado mayor empobrecimiento de la población y la actual crisis de los sistemas de salud, que no pueden responder a la emergencia sanitaria para combatir el COVID19.
Por otro, la deuda externa ha sido uno de los mecanismos para impulsar la explotación petrolera y minera, expansión del agronegocio, construcción de represas y grandes infraestructuras, que han causado deforestación, pérdida de biodiversidad, contaminación por desechos industriales del suelo, aire y fuentes de agua, provocando enfermedades, desnutrición y desplazamiento de poblaciones hacia las ciudades en situaciones de marginación lo que agrava las condiciones de contagio del virus.
La deuda externa ha generado así una inmensa deuda social y ecológica con los pueblos del Sur. Ya no sólo se trata de la deuda con las economías tradicionales del norte global, sino también con los países emergentes, particularmente con China. El Ecuador adeuda a China más de 6000 millones de dólares. Tras esta deuda se encuentra la explotación minera a gran escala, ampliación de la frontera petrolera, construcción de represas e hidroeléctricas, que además de ser un fracaso tecnológico, han provocado destrucción ambiental. Recordemos cómo desapareció la más bella cascada del Ecuador. Debido a los compromisos adquiridos por el endeudamiento ahora se pretende entrar al Yasuní, a sacar petróleo cuyo valor no compensa ni el de la extracción.
El coronavirus afecta a toda la humanidad y da lecciones a todos los países. Nos dice que es más importante la salud que la economía, que la salud debe ser pública y democrática, que no se puede actuar a espaldas de la sociedad, que la transparencia de la información es la mejor protección y sobre todo que el planeta está poniéndonos límites.
La antigua agenda del No pago de la deuda externa recobra vigencia. Se deben suspender los pagos y anular la deuda externa, y utilizar estos fondos para responder de forma inmediata y adecuada a la crisis sanitaria, alimentaria y económica en especial de los pueblos y de sectores con mayor riesgo, debido a sus condiciones sociales, económicas y ambientales. También se debe detener la contratación de nuevo endeudamiento que significará continuar esclavizados a condicionamientos y pagos de la deuda y sus inconmensurables impactos.
Pero la deuda ecológica es más vigente que nunca. No se trata solamente del empobrecimiento y saqueo de las economías del Sur, ni de contar con recursos para la salud de los seres humanos, esto sería una visión antropocéntrica. Se trata de recuperar las posibilidades de que la especie humana se mantenga en el planeta, ya no como una plaga, sino como parte de las relaciones de armonía y cuidado de la casa común. Y aquí las poblaciones hoy empobrecidas tienen mucho que decir, saben vivir con menos recursos, mantienen, a pesar de la globalización, del FMI y del BM, selvas, territorios y relaciones de complementariedad que deben ser protegidas.
Si algo nos ha enseñado el coronavirus es la necesidad urgente de parar este modelo capitalista y sus mecanismos de saqueo, y buscar una transición hacia formas de vida autónomas, comunitarias y armónicas con la naturaleza.
Esto significa replantearnos relaciones de igualdad, complementariedad y colaboración entre las personas, las sociedades y la naturaleza. Respetar la diversidad cultural y natural, las formas de vida de los pueblos indígenas, campesinos, afrodescendientes, pescadores, sus territorios y autodeterminación. Priorizar el cuidado de la tierra, el agua, el aire y las posibilidades de reproducción de la vida. Garantizar las mejores condiciones para la producción agroecológica campesina y precautelar la soberanía alimentaria de los pueblos. Repensar las economías locales y nacionales y la solidaridad internacional. Transformar las ciudades en lugares sustentables. Propender al consumo consciente, sano y respetuoso del ambiente. Transitar hacia la soberanía energética, alternativa y descentralizada. Promover formas de organización democrática, participativa y autónoma para la toma de decisiones locales, nacionales e internacionales. Restaurar de forma integral los ecosistemas afectados por las actividades extractivas, agronegocio, megainfraestructuras. Conservar y defender los derechos de la naturaleza; garantizar el sumak kawsay para las actuales y futuras generaciones.