[Alba Crespo] Salirse de la masculinidad hegemónica: charlando con Lalo Palmar

Texto por Alba Crespo Rubio y fotos de Juan Iza

Salirse de la masculinidad hegemónica: tareas para el aliado feminista y para el amor hacia uno mismo como modo de vida (Charlando con Lalo Palmar)

La(s) lucha(s) feminista(s) son para muchas una forma de vida. Habiendo crecido socializadas como mujeres, muchas hemos asumido desde niñas el rol impuesto, y todas las cargas atribuidas a nuestro género. Las que nos reivindicamos ahora como feministas, con cualquier de los apellidos posibles, hubo un momento en que nos pusimos las gafas, y ese momento es irreversible. Una vez hemos relacionado una situación de opresión o desigualdad, o violencia, con el hecho sufrirla por ser mujer, no podemos hacer más que seguir profundizando, y empezamos a cuestionar toda la estructura que legitima las actitudes machistas y está enclavada en nuestro cotidiano.


Pero ¿cómo empiezan los machos (educados como tal) a cuestionarse esta misma estructura cuando están en el lado “ganador”? ¿A decir que el actual rol atribuido por haber nacido con pene no les encaja, o no encajan en él? O más allá todavía, a apostar por la incomodidad que les genera revisarse, des-construirse, romperse, para ser alguien que se ajuste más a quien quieres, sientes; sin caer en el binarismo y las normas sociales marcadas por el capitalismo y el heteropatriarcado.


“Es una apuesta de por vida”, afirma Lalo. Se llama Abelardo Palmar, pero le gusta que le llamen Lalo – y también le gusta la bicicleta, y caminar por la montaña,y el atletismo-, nació en México, y allá vive, en Chiapas. Trabaja con CEIBA (Centro de Educación Integral de Base), que a parte de una especie de árbol hermoso con espinas, raíces tabulares y flores hermafroditas, que se originó en la parte tropical donde se separaron América del Sur y África, es un colectivo que se dedica a la Educación Popular, y al acompañamiento de procesos organizativos. Una de sus tareas es precisamente hablar sobre género y masculinidades -a poder ser en grupos no mixtos-.

El árbol recibe masajes de sus ardillas. Trabajo realizado con la dinámica en el Taller de masculinidades con integrantes de Acción Ecológica. Foto: Alba Crespo

Lalo empezó en este marrón por casualidad. “Una amigo me invitó a un taller. Fuimos a un lugar en la playa, y ahí, unos 30 hombres compartimos cosas de las que nunca habíamos hablado a compartir lo que pasaba con nuestra vida de pareja, con nuestrxs hijxs, amores, enojos..…”. Y ahora él es el que da los talleres.

En todos lugares donde ha trabajado, ya sean urbanos o rurales, aplica las mismas herramientas, y tiene comprobado que funcionan. “Yo creo que hay un hilo conductor común en todos los hombres: aunque haya diferencias culturales, cuando nos referimos al poder, hay semejanzas, muchas”. Es decir, la construcción hegemónica de la masculinidad tiene que ver directamente con la situación de poder y el ejercicio de éste para la dominación y opresión; sustentado y perpetuado de manera estructural. Y esos comportamientos son lo que trata de desmontar.

En las sesiones se pone sobre la mesa la capacidad de expresar emociones, y queda en evidencia que hay algunas que es muy difícil de verbalizar. El enojo o el miedo, por ejemplo. Lalo atribuye a esa represión el hecho que después aparezcan como violencia; una característica muy vinculada con la masculinidad hegemónica. Para ello usa dinámicas corporales, el dibujo, la reflexión basada en la observación de patrones reproducidos en un grupo concreto.

Dibujos realizados durante el mismo taller.

Pero no es tan fácil. Cuando se convocan este tipo de talleres, los hombres no llegan porque “casualmente” tienen mil cosas que hacer mucho más importantes, se hacen los distraídos, llegan y se van al poco rato… Sobre todo en espacios de militancia y/o activismo, donde se supone que ciertas prácticas machistas ya están “superadas”, y muchos hombres se jactan de ello.

La forma de romper esas resistencias es a partir de la práctica cotidiana, generar confianza en espacios de ocio como la cantina y el deporte. También ha incorporado como estrategia metodológica esencial la pedagogía del cuerpo: los juegos, las risas, el contacto físico. Porque “entre nosotros”, observa, “solo nos permitimos abrazarnos y besarnos cuando jugamos a futbol, o cuando hay alcohol de por medio”, un contacto legitimado por el juego; actitudes cariñosas entre hombres que no son bien vistas cuando se sale de ese marco.

A Lalo no le sorprende la dificultad para afrontar ese tema, para enfrentarse a sí mismo; ni tampoco la incredulidad, el escepticismo, ni las risas nerviosas, ni los silencios. Lo toma como un reto: “cuando yo miro a los otros hombres y las enormes resistencias que tenemos pienso que queda mucho trabajo por hacer, para construir una sociedad distinta”, aventura. Él mismo cuenta que la reacción que tuvo en un primer momento cuando su amigo le invitó a participar fue la misma que tienen muchos hombres cuando llegan: “yo no lo necesito”.

De hecho es la reacción habitual. Tania Cruz, socióloga mexicana, que le acompaña a veces cuando los talleres son mixtos, la asemeja con una metáfora (que toma prestada de una compañera, cuenta): imagínate dos sillas contiguas, en una estoy yo, en otra mi compañero hombre (cis, asumo). La suya es bien hecha, lisa, blanda, cómoda. La mía (la nuestra, de las mujeres) tiene un clavo en medio del asiento. Es obvio, entonces, que yo me remueva en la silla, quiera salir de ella, cambiarla, arreglarla, sentarme en otra en buen estado. Pero para él, será muy difícil 1)darse cuenta que su silla es (sin ningún motivo justificado) más cómoda que la mía, 2) mirar a su lado y verme retorcerme de dolor, y reconocer que no es justa nuestra situación, y 3) decidir hacer algo al respecto.

Inciso: A Tania, además de las metáforas, le gusta complejizar las cosas, y en este caso, lo hace añadiendo a su silla, y a las sillas de muchas otras mujeres, astillas, patas rotas, tapicería desgastada… Lo que el feminismo blanco nombraría como “interseccionalidades”, y que son opresiones que se atraviesan con el hecho de ser mujer: la raza, la clase, … muchas tienen raíces en el colonialismo y cómo ésta históricamente se ha ensañado en las mujeres para erigir un sistema de dominación. Porque las mujeres migradas, negras, indígenas, tienen sillas distintas y maltrechas, y también requieren/reivindican/construyen ellas mismas sillas mejores. Ojo, no solo sillas que solo tengan un clavo -que sería el punto de partida de una mujer blanca, cis, heterosexual, clase media-alta-, no: sillas sin clavo ni huecos ni nada. Tania, por eso, se autodefine como “feminista anti-racista”, porque no entiende lo uno sin lo otro. Fin del inciso y continuamos con los hombres y su deconstrucción.

Esa “ruptura”. ¿Cómo se llega? El detonante para Lalo fue descubrir que mucho de su discurso, de lo que decía, guardaba una gran distancia con sus prácticas; algo difícil, porque cada vez que “recaes” por ejemplo “cuando haces una broma sexista entre hombres”. Muchas veces, durante los talleres, salen esos chistes en pequeños grupos; pero explica que luego no se reflejan en la exposición ante todos. Lo que él hace es traer esos comentarios a la reflexión común: “¿Por qué no aparece en el papel ese diálogo? ¿Qué significado tiene?”

Durante mucho tiempo yo también he pensado que había que hacer la revolución social; pero olvidaba algo, que es que para hacer la revolución y transformar la sociedad que queremos, hay que transformarse uno mismo. No es que primero sea la uno y después lo otro, sino simultáneo, dice.

Muchas estrategias para hacer llegar esa visión a los hombres consisten en decir que “el patriarcado también os afecta”, porque existe una presión sobre los hombres, unos patrones de comportamiento que generan expectativas que muchas veces impiden gestionar y mostrar sentimientos, afectos, debilidades, etc. Si bien eso es cierto, es complicado que con ese argumento podamos llegar a hacer visibles los privilegios que antes he mencionado. El objetivo no es sólo sentirse mejor consigo mismo, sino también convertirse en “aliados” de las feministas, que estamos intentando erradicar esas desigualdades.

 

Abelardo, integrante de CEIBA, mejor conocido como Lalo. Foto: Juan Iza

Por eso Lalo tiene claro “el trabajo que se hace de reflexionar nuestra identidad masculina es resultado de los movimientos feministas”. Y no se extraña de que cuando cuentan sus experiencias y reflexiones, las mujeres les reclamen: “Todo bien pero… ¿para cuando eso de renunciar a vuestros privilegios?”. Una vez le pasó, y lo tomó como señal para formarse, invitando a compañeras para aprender sobre feminismos, para entender los cuestionamientos tan duros y reivindicaciones. Ahí entendió aquello que dijo Kate Millet de “lo personal es político” (sí, los hombres también pueden entender esto): que si queremos hacer la revolución tenemos que empezar por la casa. Dice: “regresé con la espinita que había que contagiar a otros hombres, y con seguir mirándome”. Y ahí sigue.

Lalo se trabaja su manera de ser hombre, como aliado de los feminismos. Celia Amorós dijo que los hombres feministas son el primer caso en la historia de la humanidad que el grupo opresor decide voluntariamente y sin violencia renunciar a sus privilegios. Esa renuncia, “es una ruptura pero a la vez un reto amoroso de vida. Es algo que apunta a soñar de otra manera”, dice mientras ríe. Ríe pero no ríe. Ríe porque es difícil, complicado, doloroso (imagino), y ríe también porque es un camino que ha escogido.