Textos y foto de Léa Chaumont y Anaïs Suire
El pasado 27 de enero, un grupo de YASunidos junto a otros activistas de todo el país, intentaron monitorear una plataforma petrolera en la provincia del Orellana. El objetivo evidenciar los daños sociales y medioambientales de la extracción petrolera. Objetivo que no se pudo alcanzar.
El fin de semana pasado, una veintena de personas intentaron visitar la zona de explotación petrolera del ITT en Yasuní para verificar, previo a la consulta popular del 4 de febrero (donde se incluye una pregunta sobre como continuar con dicha explotación). La idea se centró en cumplir con un recorrido por las zonas de actual explotación y verificar el área de afectación de la empresa petrolera. El grupo estuvo compuesto por perfiles variados de ingeniería medio ambiental, sociología, psicología, comunicación, entre otros y también con personas directamente afectadas por las actividades extractivas. Todos ellos y ellas motivadas por una misma cosa: defender el Yasuní del peligro que representa la explotación petrolera.
En efecto, en Ecuador, la explotación del petróleo produce cierta riqueza, pero tiene consecuencias nocivas mucho más grandes que la “riqueza” que se podría generar: contamina el agua de los ríos cercanos, destruye parte de la fauna y flora local y despoja a las poblaciones de sus territorios en beneficio de empresas nacionales y transnacionales.
Después de muchas horas de transporte en autobús y barca, el grupo llegó a una comunidad indígena kichwa en el borde del Yasuní. A pesar del apoyo de los comuneros, los responsables del grupo recibieron la negativa de permanecer en la zona por parte del presidente de la unión de comunidades una vez que el equipo de mediadores comunitarios de la empresa Petroamazonas fueran a buscarlo río arriba. Había mucho en juego. En efecto, una de las plataformas petroleras se ubica a pocos metros del centro de la comunidad.
Aunque esta entrevista debía solo ser una formalidad, duró varias horas. A medida que avanzaban las negociaciones las discusiones pasaban a ser muy tensas. El problema ciertamente fue la presencia y discusiones privadas entre los representantes de la empresa petrolera y el presidente y vicepresidente de la comunidad. Es fácil imaginar entonces, la negativa de los dirigentes comunitarios hacia el colectivo de activistas y la supuesta actividad de éstos, contraria a los intereses de la comunidad. De acuerdo a la forma en que se iban desarrollando los sucesos, era cada vez más clara la fuerte influencia de los representantes petroleros frente a la decisión que tomarían los líderes comunitarios, sumado a esto las acusaciones hacia los activistas de la ilegitimidad de su presencia en la zona y de difundir información falsa. Pese al esfuerzo de YASunidos por demostrar sus intenciones imparciales y su voluntad de defender a la naturaleza y al apoyo de varios comuneros, el resultado de estas negociaciones fue un fracaso para los activistas.
Pese a todo, aquella noche fue una oportunidad para los indígenas y ecologistas encontrarse y conversar sobre las afectaciones de la actividad petrolera. El momento fue también un descubrimiento de otras realidades. Finalmente el presidente de la comunidad invitó a los activistas a participar de sus asambleas. Una puerta queda abierta.